La Tragicomedia de Calisto y Melibea es quizá la obra cumbre de la literatura española después de El Quijote. La extraordinaria caracterización de un personaje, el de la vieja alcahueta Celestina, verdadero catalizador del destino desdichado de los otros actores del drama, hizo que ya desde muy pronto se llamase a la obra con su nombre, La Celestina. Tan popular se hizo que entró en la leyenda, y la leyenda le buscó una ciudad concreta, dado que el texto no precisa el lugar de la acción. Como su autor, el bachiller en Leyes Fernando de Rojas, la escribió siendo estudiante de Salamanca, aquí tomó vida la literatura. Al huerto de la casa de Melibea, donde tenían lugar los tórridos encuentros de los amantes, una vez asentada la leyenda de una Celestina salmantina, se le adjudicó este lugar, conocido hoy como Huerto de Calixto y Melibea.
[Fuente: Paseo Literario por Salamanca, Consorcio Salamanca 2002]
Soledad Sánchez Mulas y Carlos Blanco dramatizaron el fragmento que se incluye a continuación
Tragicomedia de Calisto y Melibea
Acto cuatorceno
CALISTO.- Quedaos, locos, que yo entraré solo, que a mi señora oigo.
MELIBEA.- Es tu sierva, es tu cautiva, es la que más tu vida que la suya estima. ¡Oh mi señor!, no saltes de tan alto, que me moriré en verlo; baja, baja poco a poco por la escala; no vengas con tanta presura.
CALISTO.-¡Oh angélica imagen! ¡Oh preciosa perla, ante quien el mundo es feo! ¡Oh mi señora y mi gloria! En mis brazos te tengo y no lo creo. Mora en mi persona tanta turbación de placer que me hace sentir todo el gozo que poseo.
MELIBEA.- Señor mío, pues me fié en tus manos, pues quise cumplir tu voluntad, no sea de peor condición por ser piadosa que si fuera esquiva y sin misericordia; no quieras perderme por tan breve deleite y en tan poco espacio. Que las mal hechas cosas, después de cometidas, más presto se pueden reprender que enmendar. Goza de lo que yo gozo, que es ver y llegar a tu persona; no pidas ni tomes aquello que, tomado, no será en tu mano volver. Guárdate, señor, de dañar lo que con todos tesoros del mundo no se restaura.
CALISTO.- Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué sería, cuando me la diesen, desecharla? Ni tú, señora, me lo mandarás ni yo podría acabarlo conmigo. No me pidas tal cobardía. No es hacer tal cosa de ninguno que hombre sea, mayormente amando como yo. Nadando por este fuego de tu deseo toda mi vida, ¿no quieres que me arrime al dulce puerto a descansar de mis pasados trabajos?
MELIBEA.- Por mi vida, que aunque hable tu lengua cuanto quisiere, no obren las manos cuando pueden. Está quedo, señor mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo exterior, de esto que es propio fruto de amadores; no me quieras robar el mayor don que la naturaleza me ha dado. Cata que del buen pastor es propio trasquilar sus ovejas y ganado, pero no destruirlo y estragarlo.
CALISTO.- ¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi pasión? ¿Para penar de nuevo? ¿Para tornar el juego de comienzo? Perdona, señora, a mis desvergonzadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa con su indignidad y poco merecer; ahora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y lindas y delicadas carnes.
Soneto de Calisto y Melibea
Poema original de Armando Manrique Cerrato
Una figura enigmática caminaMELIBEA.- Es tu sierva, es tu cautiva, es la que más tu vida que la suya estima. ¡Oh mi señor!, no saltes de tan alto, que me moriré en verlo; baja, baja poco a poco por la escala; no vengas con tanta presura.
CALISTO.-¡Oh angélica imagen! ¡Oh preciosa perla, ante quien el mundo es feo! ¡Oh mi señora y mi gloria! En mis brazos te tengo y no lo creo. Mora en mi persona tanta turbación de placer que me hace sentir todo el gozo que poseo.
MELIBEA.- Señor mío, pues me fié en tus manos, pues quise cumplir tu voluntad, no sea de peor condición por ser piadosa que si fuera esquiva y sin misericordia; no quieras perderme por tan breve deleite y en tan poco espacio. Que las mal hechas cosas, después de cometidas, más presto se pueden reprender que enmendar. Goza de lo que yo gozo, que es ver y llegar a tu persona; no pidas ni tomes aquello que, tomado, no será en tu mano volver. Guárdate, señor, de dañar lo que con todos tesoros del mundo no se restaura.
CALISTO.- Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué sería, cuando me la diesen, desecharla? Ni tú, señora, me lo mandarás ni yo podría acabarlo conmigo. No me pidas tal cobardía. No es hacer tal cosa de ninguno que hombre sea, mayormente amando como yo. Nadando por este fuego de tu deseo toda mi vida, ¿no quieres que me arrime al dulce puerto a descansar de mis pasados trabajos?
MELIBEA.- Por mi vida, que aunque hable tu lengua cuanto quisiere, no obren las manos cuando pueden. Está quedo, señor mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo exterior, de esto que es propio fruto de amadores; no me quieras robar el mayor don que la naturaleza me ha dado. Cata que del buen pastor es propio trasquilar sus ovejas y ganado, pero no destruirlo y estragarlo.
CALISTO.- ¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi pasión? ¿Para penar de nuevo? ¿Para tornar el juego de comienzo? Perdona, señora, a mis desvergonzadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa con su indignidad y poco merecer; ahora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y lindas y delicadas carnes.
Soneto de Calisto y Melibea
Poema original de Armando Manrique Cerrato
bajo los estorninos, el concierto
va a un encuentro romántico en el huerto
de forma audaz, furtiva, clandestina.
Le espera allí su amada, su heroína,
en la soledad del jardín desierto,
cita galante y portón abierto,
apaños de la vieja Celestina.
Una cita inmortal a la que asisto
sin que nadie parezca que prevea
que será un mito, único, imprevisto.
Aquí es; permitidme que la vea,
la pasión legendaria de Calisto
por la cándida y dulce Melibea.
1 comentario:
El paseo fue una auténtica gozada... La interpretación de Carlos... ¡Colosal!
Repetiremos, sin duda..., ¡y hasta puede que ensayemos!
Gracias, Chus.
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