miércoles, 22 de junio de 2011

Paseo Literario (VI): Gonzalo Torrente Ballester

El autor teatral, crítico y novelista gallego se estableció en Salamanca como profesor de Literatura en 1975, y aquí vivió hasta su muerte en 1999. Querido y respetado en la ciudad, era un asiduo de la plaza Mayor, a cuyas cafeterías acudía para redactar sus escritos. También solía dirigirse a los salmantinos desde el balcón del Ayuntamiento para inaugurar la Feria Municipal del Libro. A edad avanzada le llegan el reconocimiento popular y el Premio Nacional de Literatura, el Príncipe de Asturias y el Cervantes, entre otros.

[Fuente: Paseo Literario por Salamanca, Consorcio Salamanca 2002]


Fragmento de Don Juan (cap. 2), seleccionado por Montserrat Villar González

Ejercitarse en sus prerrogativas de arcángel satisfizo, de momento, al Garbanzo, y así se entretuvo en garbearse un rato por las alturas. Pero no fue larga la demora, porque el aire le llevó hacia el barrio aledaño donde tenía su burdel la Celestina, y nada más olfatearlo, se lanzó en picado sobre la casa.
Era tarde, y los fletes se habían retirado, salvo un par de estudiantes agraciados con el amor de otras tantas mancebas que se entretenían con ellas en los últimos deleites. Las demás, congregadas por la voz y el orden de Celestina, rezaban el rosario en la planta baja, abiertas las ventanas como era la costumbre, para que, si alguna ronda o chivato pasaban por la calle, pudieran atestiguar que en aquella casa se honraba a Dios debidamente. Rezaban con voz adormilada, arrastraban Avemarías entre bostezo y bostezo, y alguna se quedaba dormida antes de empezar las letanías, con gran irritación de la Celestina, que exigía los mayores respetos para las cosas de Iglesia.
Estaban en el cuarto Paternoster, cuando sonó un estruendo en la cocina. El ama, molesta, envió a una chica a inquirir lo que pasaba.
-Algo ha caído sobre el fogón– dijo la moza, de vuelta. Está la olla derribada, los leños esparcidos, y la cocina huele a todos los demonios.
-Alguna burla de estudiantes.
La que estaban ocupadas asomaron las narices por las puertas; Celestina las despachó con malos modos, les dijo que en acabado el rezo, cada mochuelo marcharía a su olivo, y cada estudiante a su posada, sin abono del tiempo que perdieran en aquellas curiosidades.
-Y vosotras, a rezar. Cuarto misterio…
Entonces, sucedió que los contornos de las cosas empezaron a doblarse. Las palabras del rezo parecían también de goma y salían lentas y dobladas, los asientos de las sillas se ablandaban y hundía, y el entarimado, como si también fuese de elástica materia, comenzó a parecer que se sumía, pero muy poco a poco; así también el tiempo vacilaba en sus contornos y pasaba más lento. Y después el aire dejó de ser sonoro, y la habitación entera se vaciaba de él, para llenarse de una especie de aires sordo dentro del cual las palabras tenían que arrastrarse, y aun así, solo salía de ellas un susurro.
Hizo, pues, Garbanzo su aparición solemne. Venía embadurnado de hollín hasta los ojos y traía chamuscadas las faldas del hábito. Consistió la solemnidad en filtrarse por la mesa que congregaba a las orantes, surgiendo de abajo arriba; pero como un Bautista: primero, la cabeza, con la que miró alrededor mientras las chicas interrumpían la oración espantadas, con patatuses, gritos y derribo de sillas; luego, el torso y los brazos que hacían aspavientos; por último, lo que quedaba del cuerpo. Quedó sentado sobre la mesa en actitud poco compuesta. Todas se habían desmayado, menos el alma.
-Buenas noches.
Aquella manera de aparecer, aunque nueva para Celestina, si le causaba sorpresa, no le causaba miedo. Se puso en jarras, con el fraile.

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