miércoles, 22 de junio de 2011

Paseo Literario (VIII): José de Espronceda

Espronceda es, junto con Larra, el escritor romántico español más significativo. Es autor de un largo y ambicioso poema, El estudiante de Salamanca, que aborda el tema de don Juan. Su protagonista, don Félix de Montemar, encarna la rebeldía romántica: arquetipo del estudiante vividor y pendenciero, es un ser cruel, impío y homicida que, en una Salamanca nocturna, tópica y tenebrosa ve pasar su propio entierro, se casa con el esqueleto de Elvira, muerta por su abandono, y muere sin contrición. La calle Jesús es la que el vulgo identifica como el lugar en el que Félix de Montemar contempla su propio entierro.


[Fuente: Paseo Literario por Salamanca, Consorcio Salamanca 2002]









Toño Blázquez y Blanca González Prieto, al comienzo de la calle Jesús





Fragmento de El estudiante de Salamanca, seleccionado por Mª Victoria Díaz Santiago



Parte primera
Sus fueros, sus bríos,
sus premáticas, su voluntad.
Quijote.- Parte primera.


Era más de media noche,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.

Parte segunda

Mourns o'er the beauty of the
Cyclades.
Byron.-
Don Juan, canto 4.
LXXII.


Deslízase el arroyuelo,
fúlgida cinta de plata
al resplandor de la luna,
entre franjas de esmeraldas.
Argentadas chispas brillan
entre las espesas ramas,
y en el seno de las flores
tal vez se aduermen las auras.
Tal vez despiertas susurran,
y al desplegarse sus alas,
mecen el blanco azahar,
mueven la aromosa acacia,
y agitan ramas y flores
y en perfumes se embalsaman:
Tal era pura esta noche,
como aquella en que sus alas
los ángeles desplegaron
sobre la primera llama
que amor encendió en el mundo,
del Edén en la morada.
¡Una mujer! ¿Es acaso
blanca silfa solitaria,
que entre el rayo de la luna
tal vez misteriosa vaga?


El estudiante de Salamanca. Fragmento de la parte cuarta

Rechinan girando las férreas veletas,
crujir de cadenas see escucha sonar,
las altas campanas, por el viento inquietas
pausados sonidos en las torres dan.

Rüido de pasos de gente que viene
a compás marchando con sordo rumor,
y de tiempo en tiempo su marcha detiene,
y rezar parece en confuso son.

Llegó de don Félix luego a los oídos,
y luego cien luces a lo lejos vio,
y luego en hileras largas divididos,
vio que murmurando con lúgubre voz,

Enlutados bultos andando venían;
y luego más cerca con asombro ve,
que un féretro en medio y en hombros traían
y dos cuerpos muertos tendidos en él.

Las luces, la hora, la noche, profundo,
infernal arcano parece encubrir.
Cuando en hondo sueño yace muerto el mundo,
cuando todo anuncia que habrá de morir

Al hombre, que loco la recia tormenta
corrió de la vida, del viento a merced,
cuando una voz triste las horas le cuenta,
y en lodo sus pompas convertidas ve,

Forzoso es que tenga de diamante el alma
quien no sienta el pecho de horror palpitar,
quien como don Félix, con serena calma
ni en Dios ni en el diablo se ponga a pensar.

Así en tardos pasos, todos murmurando,
el lúgubre entierro ya cerca llegó,
y la blanca dama devota rezando,
entrambas rodillas en tierra dobló.

Calado el sombrero y en pie, indiferente
el féretro mira don Félix pasar,
y al paso pregunta con su aire insolente
los nombres de aquellos que al sepulcro van.

Mas ¡cuál su sorpresa, su asombro cuál fuera,
cuando horrorizado con espanto ve
que el uno don Diego de Pastrana era,
y el otro, ¡Dios santo!, y el otro era él…!

Él mismo, su imagen, su misma figura,
su mismo semblante, que él mismo era en fin:
y duda y se palpa y fría pavura
un punto en sus venas sintió discurrir.

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