martes, 10 de mayo de 2011

Rumbo a Oriente (I)




















El 24 de marzo de 2010 los miembros de SLC visitaron la exposisión Encuentros: Visión de Oriente por Occidente en la sala de exposiciones Santo Domingo de la Cruz.
Esta muestra nos trajo el recuerdo de los europeos que, desde Marcopolo, llegaron a Persia, China, India o Japón, a través de grabados y mapas antiguos, porcelanas, pinturas, miniaturas de Persia e India, esculturas y marionetas procedentes de las Rutas de la Seda y de las Especias...

Algunas de las "respuestas" a la visita fueron estas:

Trebejo, por Blanca González

Su cuerpo cayó como un trebejo inanimado
cuando sintió que el espíritu obediente a la muerte le abandonó.
La puerta se había cerrado de golpe
el día en que había despertado a su madre con el llanto
después de un aletargado remanso en su vientre.
Ella era una pequeña gota en una tarde de lluvia.

Los soberbios dioses conspiraron y manipularon su alma
-era demasiado hermosa para su pequeño cuerpo-.
Desde entonces anda en los teatros de títeres
repartiendo fantasías
y mira perpleja al maestro
con su pupila obediente y resignada.
Vitalmente entra en el éxtasis
de alcanzar plegarias
guiada por la voluntad a través de quien maneja su cuerpo
que ella cree poseído por los dioses
y abandona su yo...
Tan solo... el dios Thot
se precupa en escribir
que un día pasó por el gran teatro de la vida
repartiendo ilusiones.


Benjamín de Tudela, por Soledad Sánchez Mulas

Dibujaste el Oriente
anudando el deseo de la verdad desnuda
a la piel espumosa del Mar Mediterráneo.

Con el trazo inseguro de los sueños,
un arco,
incógnita del agua y de la tierra,
creciendo en el silencio de tus ojos.

Noches de sal
alborotando el pecho,
saltando desde el agua hasta el punto infinito
que quebraba tu duda.

Te acompañaban siempre los confines
de un rastro de perfume.

Un doloroso ayuno de certezas
alimentó tu miedo,
hambriento de naufragios y tormentas,
hasta la última playa.

Luego,
quedó de ti un insomne vigía plateado,
colgando de tu pluma.

Como un ángel mojado.

O como un hombre oscuro,
perdido en la memoria de Basora.


Diosa Lakshmi, por Carlos Blanco Sánchez
[Escultura representando a la diosa Lakshmi
Siglo XVIII/XIX
Rajastán. Madera pintada
Medidas: altura 54 cm., ancho 47 cm]


Decidme:
¿Quién me llama? ... ¿Quién? ...
Árboles exultantes de mágica primavera
escoltan mis pasos.
Flanqueado por prímulas multicolores,
ascendiendo las escaleras
de un Santo Domingo atronado por el eco estridente
de cientos de estorninos enarbolados,
amorosos;
que se abrilizan al sol.

Me acerco al mostrador y me acredito.
Una cálida sonrisa femenina pone,
en mi mano,
un tríptico alusivo a lo que el destino
esta trade me depara;
sabedor que es la llave de acceso
y con la incertidumbre
de quien acude a un prostíbulo
por primera vez.
Lo acaricio y percibo que emana
aromas de tinta.
Hago ademán de abrirlo,
pero lo guardo en mi cuaderno de notas.

Accedo a una sala solitaria.
Palpitante y pleno de emoción,
consciente de que soy dueño de todo.
Allí estoy yo:
rebosante, solo.

Traspaso el quicio de la "Puerta a Oriente".
Inmerso en una luz de amanecer,
la sala me absorbe y envuelve,
salpicándome de finas
y delicadas porcelanas qin bai
y azul cobalto.

La voz me atrae.
Me siento Ulises.
Desarmado.
¿Quién eres? ... ¿Qué quieres de mí? ...

Detengo mis pasos.
Observo...
Cortinajes de arenisca
en la Ruta de la Seda...

-¡Ven!, soy Lakshmi...

Dirijo la mirada
hacia la voz y allí,
justo en la diagonal de su alcoba,
ella se muestra entronada,
erguida, hierática,
voluptuosa, bella.
Me acerco pausado.

Ya junto a ella, me contengo,
loco por acariciar sus senos tersos.
Sesgada su sonrisa
de jugosos labios.
Enigmática.
Sus ojos rasgados,
golondrínicos.

Los dedos ensortijados tantas veces
como las reencarnaciones del dios Vishnú,
su esposo.
Ahí está ella,
majestuosa y plena de joyas;
eternamente quinceañera.

Entre contracciones de mareas
intuyo su nacimiento.
Imagino el parto de los océanos
y su emerger de entre la espuma
y, a Lakshmi,
ellos le agasajan
con guirnaldas de frescas flores
para engalanar su cuello.

Sobre ella,
el Ganges se transforma en copiosa lluvia
que emana de un par de probóscides.
Sus muslos entreabiertos,
atrayentes, excitantes...
Diosa de la procreación,
la fortuna y la hermosura.

Lakshmi:
¡Te poseería!,
pero temo al avatar de tu señor,
con su pico afilado, envenenado,
aguíleco.

Te he gozado
tan ni siquiera me he atrevido a rozar con mi piel
tu ajustado traje de seda.
¡Fuiste mía!

De sus aposentos salgo sin darle la espalda.
Lentamente la abandono,
saboreando sus placeres de diosa.

Hoy, entre el Ganges y el Tormes,
florece un pensamiento...
Ante él me detengo.
Lo admiro,
lo acaricio y me lo llevo.


Sentada en la expresión, por Sofía Montero García
[Escultura del dios Vishnu. s XVIII-XIX. Rajastán]

Brazos de abanico despiertan la quietud,
el gesto en la mirada.
Sonrisas de azul entre amarillos
articulan pensamientos,
esculpidos por el poder de un dios.
El cuerpo,
encuentro de expresiones,
posa en Occidente
para sellar la fuerza de una imagen
sentada en el silencio,
en un vuelo de palabras,
en el sentir del Oriente.


Texto de Roxana Sánchez Seijas sobre el dibujo de Avalokitesvara Bodhisattva sobre una flor de loto

Avalokitesvara Bodhisattva

Guardaste compasión en el frescor más hondo de una vasija rota.
Quisiste protegerla del viento de las áridas mesetas tras caminar a tientas cegado por el polvo de tus contradicciones hasta llegar a Amithaba en la rueda del Samsara.

Su néctar nunca se secó. Fue como un manantial profundo y silencioso a la espera de brotar en el momento preciso. Solo había que esperar. Dejar sedimentar el alma en tan ínfimo espacio... En el silencio...

Ahora que eres luz, ten piedad de nosotros que vivimos en penumbra. Tú, que todo lo ves, esparce la simiente que ha de redimirnos... Como bálsamo suave; en el desierto.


Visión de Oriente por Occidente, por Isaura Díaz Figueiredo

La noche comenzaba a abrir sus ojos, mientras lentamente caminaba bajo el resplandor de una redonda y hermosa luna, cuyo rostro no parecía pálido, ¡estaba feliz!, igual a una mujer que se sabe deseada por el amado.
Sola en la sala. observo un especial refinamiento, sensibilidad que todo lo envuelve, serenidad incluso en la escena más humilde que nos muestra un grabado, la pintura o la porcelana. Plasticidad en sus infinitas formas, alegres, pícaras, serias, elegantes... En todas, el color es algo que tiene prioridad.
Aquella porcelana... ¿dónde te ocultas? Ese rojo de la flor que te acompaña entre tus manos... No se si veneras, contemplas o sencillamente... no existes. La intensidad de ese rojo, diferente, llama de forma sorpresiva mi atención. ¿Dónde lo he visto? No consigo recordar. ¡Oh, sí! Es igual al rojo de la sangre. Levanto mi mano queriendo sentir el calor del denso y fluido líquido, así siento cada pétalo entre mis manos...
Camino por la sala igual que los comerciantes por la Ruta de la Seda, consumidos en mil batallas, pestes, robos... intentando aniquilarlos, pero continuaban con sus pesadas caravanas, auténticos bazares; en su interior portaban todo tipo de bellezas, jarrones, sedas, lanas, oro, plata, animales multicolores ¡diferentes! ¡únicos!
El rojo comienza a perder intensidad volviéndose verdoso como la esperanza aun sin conseguir o azul como la libertad ansiada... El negro también está presente, recordando posiblemente el dolor de aquellas gentes que dejaron sus vidas en el trasiego comercial.
La geisha ausente que muestra la porcelana... Esposa de noche, jamás de día, despreciada y a la vez deseada, admirada, brillante como el oro... Hay fisuras en el jarrón de perfume... Dicen que son defectos en la fabricación, vetas de carey, pelo de conejo, ¡no! Son lágrimas, soledad, amor en desamor, amante, opio, sonrisas serenas de hielo. Desea abrir la puerta, volviendo a entornarla... Ella no existe, quedó atrapada entre rosas de sangre, azules verdosos de lagos, mientras contemplaba entre nenúfares amarillentos atardeceres.

Por la Ruta de la Seda, por Josefa Sánchez Sousa

Jairo mira embelesado los gusanos de seda que le regaló Federico. Le gusta el ruidito que hacen al comer y la voracidad con que consumen las hojas de morera -que es lo que más molesta a Jairo, que no quiere ir a por ella con tanta frecuencia-. Todo le parece un gran trabajo. Los gusanos le gustan, aunque el primer día sintió un repelús al contacto de una piel tan fría y suave. Hoy se siente especialmente fascinado con unos movimientos extraños para él. Llama a su padre, seguro que se lo explicará.

-Papá, papá, los gusanos parece que se han vuelto locos. Mira cómo mueven la cabeza de un lado a otro.

-No, Jairo, no. Si te fijas en el hilito que le sale de la boca, verás que están trabajando. Cosa que tú tienes que aprender de ellos. Ese hilito es de seda, que fabrican para hacer el capullo y encerrarse en él. Pasado el tiempo preciso, se produce la metamorfosis, la crisálida: ha entrado un gusano y sale una mariposa. Ha tomado otra forma. Esta mariposa rompe el capullo, sale, pone huevos y nacen nuevos gusanos, que vuelven a fabricar seda; otra vez el capullo se encierra y los cosecheros de seda lo asfixian para que la mariposa no lo rompa y el hilo se queda enterito. Si no es así, no pueden tejer esa tela tan hermosa como es la seda. ¡Siempre el sacrificio! Para que podamos comer, vivir cómodos o ser algo en la vida.

-Tú ahora tienes que estudiar y sacudir la pereza par que algún día me digas qué es lo que quieres ser cuando seas mayor.

-Te lo digo ahora.

-¿Ya?

-Sí

-¿Y qué quieres ser?

-Jubilado como mi abuelo.

-Antes tendrás que trabajar. Ya hablaremos de eso largo y tendido.

El tiempo ha pasado y Jairo ya es don Jairo. Es cosechero de seda. Sembró un campo de moreras y la caja de gusanos hoy son grandes estanterías. Viaja por la Ruta de la Seda, tras las huellas de Marco Polo. Y algunas veces piensa que aún le falta mucho tiempo para ser jublidado como su abuelo.