miércoles, 11 de mayo de 2011

Rumbo a Oriente (II)

La visita a la exposición Encuentros: Visión de Oriente por Occidente dio para mucho...
Aquí van algunos textos más.


Zheng He el Eunuco, por Natividad Gómez Bautista

A pesar de esa gran ausencia entre sus piernas, fue un hombre fuerte y valiente de casi siete pies de alto y cinco pies de circunferencia, frente despejada y ancha como de tigre, ojos tintineantes como rayos de luz, tez oscura y dura como piel de naranja y una boca tan rotunda como el mar, Ese hombre que, al mando de una poderosa flota de hermosos juncos rojos, exploró siete veces los mares desconocidos y algunos dicen que hasta llegó a América mucho antes que los europeos, ha vuelto. Y ha vuelto, después de miles de años, desde las profundidades del mar, no sabemos muy bien si en busca del trozo de historia que le han negado o de la vasija de barro que guarda sus genitales y su eternidad.


Francisco Javier, un tal Perry y la Banda de los Cuatro, por José Mariano Pizarro Sánchez

La Reina de las Geishas lavaba su sexo escarlata. Cubríase el torso con su kimono desasido, destarbado por la primera postura al abandonar el lecho. La luz entraba amarilla y lenta, como si le costara trabajo atravesar el papel de arroz de los paneles que daban paso al jardín. El sol posaba sus rayos en el centro de Ikebana que daba sentido a la estancia apenas amueblada, y rodeaban muy despacio a la mujer. Ela calaba su mano en el agua jabonosa contenida en una palangana de porcelana Quin Bai, mientras un bucle de sus cabellos negros caía tapándole los ojos.

La rendija lineal que dejaba el panel de la ventana permitía contemplar el puerto, donde hacía su entrada en esos momentos uno de los juncos de Zhenghe. De las espumas del mar de Occidente se alzó un dragón azul cobalto y apoderándose del rebufo del viento penetró por todas las rendijas de cada casa. La geisha y la palangana rodaron semienvueltas por las esterillas del suelo que, si bien amortiguaron a la Reina Geisha, no impidieron a la palangana hacerse cien añicos.

Dragón Cobalto se erguía rampante sobre la mujer, en penumbra bajo su sombra tenebrosa. La luz de su mirada eclipsó monentáneamente el animal fabuloso. La hembra en calidad de reina, armándose de un pedazo de porcelana rota, de afilada esquirla y de un escudo de coraje, se lanzó ahacia él sin perderle la mirada. Cortó sus fauces manchando las paredes del aposento con ocho flores de loto rojas.

El monstruo lanzó un rugido de cañón, barriendo con su cola en ademán de esquivo dolor el espacio que le circundaba. Poco a poco, como camaleón que transita sobre una estela de pasión, se fue tornando de rojo óxido.

El fuego de sus entrañas suturó la herida de la piel y del honor. Prendiendo a la muchacha con su garra, y de tal manera que no lastimara su delicada belleza, la raptó, como si de una sabina de Oriente se tratara. Voló rasante. Surcó los mares del sur de la China hasta que recaló al suroeste de Java.

El Hijo del Sol Naciente cerró puertas, ventanas, mamparas, palenques. Alineó a sus ejércitos frente a los ejércitos de Pandu, frente a los ejércitos de Siam, frente a los ejércitos de la Cruz Ultramar. Así permanecieron en el transcurrir de los tiempos hasta que, descartado el rescate de la hembra, se optó por las alianzas y pudo llegar un tal Perry a la bahía Edo en Cipango.

A veces, recostado en la luz del atardecer, se pone de manifiesto el vago devenir del tiempo. Se calman las epopeyas e irrumpe la civilización, el encuentro, solo por un tiempo. En uno de esos trances del instante histórico, la geisha y el dragón cohabitaron. Él levantó un teatro para que ella cantara sus lágrimas, danzara sus sentimientos, contara las hazañas de su señor con esas marionetas, con esos títeres de sombras que ahora ustedes ven colgados en las paredes de mi casa. Mi madre, como no era inmortal, con sus cenizas y un poco de caolín, la transformó mi padre a fuego en una miniatura de porcelana que siempre nos acompaña.

Cuando salgamos ahí fuera, mis tres hermanos y yo navegaremos por los mares a lomos de libros sagrados. Aquí pondremos la victoria, allí la muerte, el hambre y la guerra... Iremos a festejarlo a una ensenada, con mucho cuidado porque, según el dragón, de un galeón castellano bajará Francisco Javier, clavará en la arena una espada, nos reclamará o no la caja caoba, que aloja la miniatura porcelana que siempre nos acompaña.


Silkworm, por Mª Victoria Díaz Santiago

¡Cómo se colma de respeto mi corazón
cuando contemplo la empalizada carmesí
de esta morada de dioses!

Ikuta Atsumori
Komparu Zenpô (1454 - c.1520)


Eccentric.
Mother of Pearl is in a silk kimono over a round table in a watercolour and ink on paper painting. It travelled inside back in time a hundred years. It had no maps, no palaces; there was no waiter in a white jacket. Scents of frozen beings brought back to life by fragile human flesh call upon cinnamon Bodhisattvas. The silkworm holds close life-eating leaves greedily. It had always wanted to be a glow-worm but it was born a silkworm, a black silkworm.

Day after day Mother of Pearl grows, and grows and grows. Its ordinary black soft body fades away during the daylight. Its new white big light seems to hang out from within the branches. It is lingering for change. Time flies and the worm grasps itself inside a yellow silk shelter at dawn, getting gratified for the plain forgetfulness of useless hours waiting to be born, waiting to come out. The trim butterfly is gone. Silk is all over. Mother Pearl heard the humming of its own steps on the wet mud.


Gusano de seda, por Mª Victoria Díaz Santiago

Excéntrico.
Madreperla lleva puesto un kimono y cuelga por encima de una mesa redonda en el cuadro de acuarela y tinta sobre papel. Ha viajado dentro de si unos cien años atrás en el tiempo aproximadamente, sin mapas, sin palacios, sin un camarero con chaqueta blanca. De entre las ramas, el aroma inerte de seres devueltos a la vida por la frágil carne humana se deja llamar por los Bodhisattvas canela. El gusano de seda se envuelve con avaricia de pétalos verdes sedientos de vida porque siempre había querido ser luciérnaga. Sin embargo, ha nacido gusano de seda. De color negro.

Día a día Madreperla crece y crece. Su achaparrado cuerpo oscuro a las horas del día le convierte en una gran luz blanca con nubes azabache y parece que se va a abrir por dentro. El tiempo vuela y el gusano de seda se abraza al interior de su refugio amarillento al amanecer, reconfortándose en el abandono de las horas inútiles que esperan ser devueltas a la luz, que esperan abrazar su aura. La envoltura sedosa está vacía. La empalidecida mariposa se ha marchado y solo queda la seda. Madreperla ha reconocido la música de sus propios pasos sobre el fango humedecido.


Poema de Juana Ciudad Pizarro


Cae la lluvia
Las montañas duermen
Bajo sábanas de nubes

El emperador Shi Huan
Quiso llevarse a su ejército
Al más allá

Las bicicletas
Sigilosas recorren
Las avenidas

Y su gran sueño
Fue la pesadilla de
Miles de hombres

Al atardecer
La muralla de Xi'an
Como un regalo

Con su pueblo fue
Cruel y se creía
Hijo del cielo

Faroles rojos
Se encienden, y se apaga
La algarabía

Esta es la historia
Del emperador Shi Huan
El unificador

La ciudad duerme
Los gusanos de seda
Nunca descansan


Poema de Luz Mercedes Orrego

A Ghania no les basta
el rey para ser feliz.
En el jardín, el perfume
del amante azul se le
escapa de sus manos,
los jazmines entreabiertos
presagian la noche,
la estupa, le recuerda
que es ella y nadie más.


Poema por Luis Miguel Gómez Garrido

OM...

"Así, cuando el sol del puro Conocimiento de si brilla,
el mundo de los vivos y las cosas sin vida,
el universo y todo lo que existe,
en el Supremo parecen no ser más que una realidad."

(Lal Ded)


Alma peregrina, no divagues
en superflua metafísica.
Ocultos senderos, caminos internos,
conducen a tu templo sagrado, entre montañas,
bajo el Sol de la Conciencia radiante.
Tus pensamientos se ciernen como águilas
coronando la pureza de las cumbres
en la serena frente azul del cielo.
¡Cuánta paz se siente en el alma de las almas,
donde late el corazón ardiente
del árbol, del pájaro, del gamo, del ciervo y del regato!
Sopla la brisa, suave, susurrante,
entre las músicas hojas de alamedas
al borde de los nadis que serpean
por el cuerpo vivo del valle.
Y un eco prolongado resonando en el abismo
recuerda el alma ensimismada
su origen divino.


Dioses de conveniencia, por Luis Gutiérrez Barrio

Si te llamo y me escuchas, serás mi dios.
Si atiendes mis súplicas, serás mi dios.
Si castigas a mis enemigos, serás mi dios.
Si haces que se cumplan mis deseos,
tú serás mi dios, y yo el tuyo.


Habían pasado ocho días desde que el galeón “La Concepción” zarpara de las Molucas con rumbo a Nueva España. Llevaba en sus bodegas un rico cargamento de especias, sedas, cerámicas…Al quinto día de navegación, les sorprendió una terrible tempestad que parecía no acabar nunca. Tres interminables días hacía que se había desatado aquella tormenta y el cielo no ofrecía ninguna señal que hiciera presagiar su final. Los marineros estaban exhaustos, un rayo había destrozado el mástil de proa y el viento había hecho jirones las velas. La navegación se hacía cada vez más penosa. Imponentes olas, levantaban la nave hasta el cielo, para luego sumergirla en una negra y profunda sima, como las fauces de un terrible monstruo marino dispuesto a engullirla.

Un fraile, abrazado con todas sus fuerzas al palo mayor, rezaba sin cesar a un dios que permanecía ausente del trágico escenario. Convencido de que todas sus plegarias, rezadas mil veces, no daban resultado, al borde de la desesperación y el desánimo, se fijó en un hombrecillo, que desde el día que partieron había permanecido abrazado a un bulto, tan grande como él, del que no se separaba jamás.

El fraile se acercó a él, dando bandazos por cubierta, levantó cuanto pudo la voz para hacerse oír entre el estruendo del viento y la lluvia:

- Qué ocultas con tanto afán.

El hombrecillo no respondió, al contrario, se abrazó con más fuerza a aquel bulto y apartó la mirada del fraile.

- Te he dicho que qué llevas ahí oculto, ¡responde!

Ante la negativa de aquel hombrecillo, el fraile requirió la ayuda de un marinero, que agarrado a una soga, se esforzaba por mantener a duras penas el equilibrio. Entre los dos rompieron la burda tela que envolvía aquel “tesoro” y vieron con enorme sorpresa que se trataba de una figura de madera representando una divinidad hindú de múltiples brazos.

El fraile, aterrado, retrocedió un paso, se santiguó e inmediatamente instó a aquel hombrecillo a que diera una explicación.

El hombre, atemorizado, apenas acertó a explicar que él sólo era un artesano y que había recibido el encargo de tallar esa imagen y que la llevaba para su entrega.

Al fraile de inmediato se le iluminaron los ojos, acababa de entender la razón de aquella terrible tormenta y por qué sus plegarias no eran atendidas: Había un dios pagano a bordo, y por supuesto había que deshacerse de él.

Envió al marinero a que avisara al capitán, quien no de muy buena gana se presentó en cubierta. El fraile le explicó la situación y que el único remedio para calmar la tormenta era arrojar aquella imagen al mar. El capitán no se mostraba muy convencido de que por tirar aquel trozo de madera al mar, este fuera a calmarse, pero ante la insistencia del fraile y teniendo en cuenta la desesperada situación, ordenó a la tripulación que así lo hiciera.

El artesano no estaba dispuesto a deshacerse de su trabajo, pues en él tenía puesta la esperanza de cobrar un dinero que le sacaría de muchos apuros. Se abrazó con todas sus fuerzas a aquella figura, pero la tripulación había recibido una orden y las circunstancias no se ofrecían para andar con contemplaciones. Cogieron por la fuerza a la imagen y al hombrecillo que no se separaba de ella y los arrojaron al mar.

La mar, lejos de calmarse, se enfureció aún más. Tanto fue así, que a las pocas horas, una gigantesca ola sacudió con tanta violencia al galeón, que lo partió en mil pedazos.

La blanca arena brillaba intensamente por la incidencia de los rayos del sol que lucía en un cielo azul y claro. Hombres y mujeres, con miradas incrédulas, recorrían la playa sin explicarse lo que veían: Cientos de barriles llenos de especias de todo tipo y arcones con riquísimas sedas diseminados a lo largo de la toda la playa, y en medio de aquel valioso tesoro, un hombrecillo abrazado a una extraña imagen. Se acercaron con cautela, con miedo, le rodearon, pensaban que estaba muerto. Uno de los hombres se acercó un poco más y le punzó con su lanza, como no respondiera, el resto de los hombres se acercó a él formando un círculo a su alrededor. De repente, el hombrecillo abrió sus atónitos ojos y levantó la cabeza sin entender donde se encontraba. Los hombres y mujeres que le rodeaban, retrocedieron espantados e inmediatamente cayeron de rodillas mientras entonaban unas rítmicas palabras que él no entendía. Le ayudaron a levantarse y con grande ceremonia le llevaron, junto con su escultura, al poblado. Instalaron la imagen sobre un pedestal situado en el centro de la aldea y a él le obsequiaron con todo tipo de riquezas, alimentos y mujeres. Fue alojado en la más amplia y suntuosa choza, y en ella vivió el resto de sus días agasajado y venerado como un dios.



Rumbo a Oriente, por Javier Herrero Barrado

Occidentalismo de unos, orientalismo de otros, Geocentrismo de Ptolomeo, Heliocentrismo de Copérnico, Eurocentrismo desde Robert Schuman, el ismo de Fulano y, cómo no, el de Mengano.

Oriente y Occidente, Occidente y Oriente, ¿Occidente u Oriente?
Una construcción ideológica: Oriente era el punto de referencia, por donde salía el Sol, nada más (y nada menos) y Occidente se autodefinía como cristiana.

La noción de Oriente y Occidente es simbólica, y según el siglo, civilización o lugar geográfico, se les otorgará un significado u otro.

"El otro" (persona oriental u occidental) forma parte de la visión que tenemos de nosotros (occidental u oriental), que vendría a decir "yo soy lo que tú no eres, sumado a mí".

El ser humano se pasa la vida (para bien o para mal) comparando o comparándose, con envidia y vanagloria, o sin ellas, me da igual.

También se pasa la vida relacionando y relacionándose, y esto es la clave del éxito de su evolución.

Las palabras Comparar y Relacionar se deberían escribir con mayúscula. Otras, depende:
desconfianza, Fascinación, desprecio, miedo, Admiración, Fantasía, Exotismo, fanatismo, Experiencia, resentimiento, recelo, etc.

¿Diálogo de culturas o choque de civilizaciones? No más estereotipos, prejuicios y tópicos.

Hoy en día, definir a Oriente y a Occidente me produce malestar, parece que mutliculturalismo (otro más, el ismo de Zutano, creo) solo existe en lugares como Nueva York.

Son evidentes las diferencias lingüísticas y religiosas, pero las similitudes entre todas las personas que pisamos este planeta son infinitas.

Las palabras oriente y occidente se deberían escribir con minúscula, aunque cada uno hará lo que crea más conveniente.