Lázaro de Tormes es uno de los personajes universales de la literatura española. La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (1554) inaugura el género picaresco, que tendrá un éxito enorme dentro y fuera de España y cuya influencia en la novela europea se extenderá al menos hasta el siglo XVIII. El mozo de muchos amos es un personaje vivo y auténtico. Su anónimo autor, buen conocedor de Salamanca, hace nacer a Lázaro junto al Tormes, en Tejares, y hace coincidir su partida con su brutal iniciación a la vida, sirviéndose del conocido símbolo salmantino, el verraco celtibérico que figura en el escudo de armas:
«Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra que casi tiene forma de toro, y el ciego […] me dijo: “―Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél […]”. Y, como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro […] y díjome: “―Necio, aprende, que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo”»
«Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra que casi tiene forma de toro, y el ciego […] me dijo: “―Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél […]”. Y, como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro […] y díjome: “―Necio, aprende, que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo”»
[Fuente: Paseo Literario por Salamanca, Consorcio Salamanca 2002]
Almudena Torres, Carlos Blanco y Toño Blázquez frente a la Cruz de los Ajusticiados, al final de la calle Tentenecio
Fragmento de la adaptación, en verso, de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, por Carlos Blanco
Por caminos pedregosos
y, a veces, llenos de barro,
El Lazarillo de Tormes
siempre llevaba a su amo.
Hasta tierras de Toledo
los dos se fueron andando
y, en el pueblo de Almorox,
vieron gente vendimiando.
Al pasar junto a una viña
que había al lado de un camino,
el dueño les dio, en limosna,
para los dos un racimo.
-"Hoy quisiera compartir
contigo, Lázaro amigo,
limosna tan exquisita
a la sombra de éste pino.
De una en una comeremos,
hasta llegar al final,
no hagas trampa, sé formal
y el racimo disfrutemos."
Comenzaron de una en una,
según acuerdo pactado,
apoyados en el pino,
sobre una piedra sentados.
El ciego, de dos en dos,
llevaba comiendo un rato.
Lázaro, al verlo, pensó:
-"Este ciego ha roto el pacto."
Y, apenas sin masticar,
de tres en tres las comía.
-"Nunca se podrá enterar".
Para sí mismo decía.
-"¡Has comido más que yo!"
-"¡Ni una más! ¡No le he engañado!"
-"Yo comía de dos en dos
y tú estabas muy callado."
En la villa de Escalona,
a un buen trecho de Toledo,
sacó el ciego del fardel
un chorizo casi entero.
-"Busquemos pronto un mesón
y pides, al mesonero,
que por un maravedí
dé de beber a éste ciego.
Antes me pones a asar
este chorizo en el fuego;
ten cuidado, no se queme,
o un pescozón yo te arreo.
Pronto el chorizo empezó
a pingar sobre las brasas;
tostando un trozo de pan
Lázaro untaba la grasa.
El diablo, que del fuego
es su más digno señor,
puso al pie de El Lazarillo
un nabo muy tentador.
-"El chorizo cambiaré
por este birrioso nabo,
como el ciego no lo ve
lo tragará sin pensarlo."
Mientras fue a buscar el vino
el chorizo se comió
a la vez que, el pobre ciego,
al nabo el diente le hincó.
-"¡Maldito muchacho! -dijo-
¡Mil palos te voy a dar!
¡Devuélveme mi chorizo!
o te lo haré vomitar."
-"¡Ay! ... ¡Desdichado de mí! ...
¡Le juro que yo no he sido!,
pues yo vengo de buscarle
este jarro de buen vino."
Y le cogió por los rizos,
abrió la boca al muchacho
esperando que el chorizo
aún no se hubiera tragado.
Llegaba hasta la garganta
la punta de su nariz
y al ciego vomitó encima
tan suculento festín.
Vino tinto con chorizo,
fuerte olor a pimentón,
pedazos de pan pringado...
por el suelo del mesón.
Tantos golpes le pegó
con el bastón, con la mano...
que, si al ciego no sujetan,
no sé qué hubiera pasado.
La mujer del mesonero,
con el vino, le curó,
las heridas y chichones
que el ciego le provocó.
-"En un año, ya he gastado,
para lavarte, más vino
que en dos años, quien les habla,
pudiera haberse bebido."
Y la gente se reía
al ver esta situación
y al escuchar las andanzas
que el ciego les relató.
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