miércoles, 22 de junio de 2011

Paseo Literario (XII): Diego de Torres Villarroel

Nacido en la calle Libreros, es uno de los personajes más atractivos y originales del siglo XVIII español. En 1726 gana la cátedra de Matemáticas y Astronomía de Salamanca, hecho que los estudiantes celebraron con grandes fiestas. Sus predicciones astrológicas, que firmaba como “El Gran Piscator de Salamanca”, le dan gran popularidad en toda España. Escritor agresivo y satírico, amante de lo grotesco y del humor negro, su fama actual se debe a su autobiografía, escrita para justificar su vida y su obra, desacreditadas por los enemigos acumulados por su carácter independiente, desenfadado e irónico y su habilidad para enzarzarse en polémicas. Llega a ser vicerrector de la Universidad y reside los últimos años de su vida en el palacio de Monterrey, al servicio del duque de Alba.

[Fuente: Paseo Literario por Salamanca, Consorcio Salamanca 2002]



Luis Gutiérrez Barrio, Carlos Blanco, Antonio Alonso, Sofía Montero, Elena Villarroel, Jose Miguel García, Blanca González Prieto y Annie Altamirano




Nacimiento, crianza y escuela de don Diego de Torres y sucesos hasta los primeros diez años de su vida, que es el primer trozo de su vulgarísima historia

Yo nací entre las cortaduras del papel y los rollos del pergamino en una casa breve del barrio de los libreros de la ciudad de Salamanca, y renací por la misericordia de Dios en el sagrado bautismo en la parroquia de San Isidoro y San Pelayo, en donde consta este carácter, que es toda mi vanidad, mi consuelo y mi esperanza.
(…)

Crieme, como todos los niños, con teta y moco, lágrimas y caca, besos y papilla. No tuvo mi madre en mi preñado ni en mi nacimiento antojos, revelaciones, sueños ni señales de que yo había de ser astrólogo o sastre, santo o diablo. Pasó sus meses sin los asombros de las pataratas que nos cuentan de otros nacidos, y yo salí del mismo modo, naturalmente, sin más testimonios, más pronósticos ni más señales y significaciones que las comunes porquerías en que todos nacemos arrebujados y sumidos. Ensuciando pañales, faldas y talegos, llorando a chorros, gimiendo a pausas, hecho el hazmerreír de las viejas de la vecindad y el embelesamiento de mis padres, fui pasando hasta que llegó el tiempo de la escuela y los sabañones. Mi madre cuenta todavía algunas niñadas de aquel tiempo: si dije este despropósito o la otra gracia, si tiré piedras, si embadurné el vaquero; el papa, caca y las demás sencilleces que refieren todas las madres de sus hijos. Pero siendo en ellas amor disculpable, prueba de memoria y vejez referirlas, en mí será necedad y molestia declararlas. Quedemos en que fui, como todos los niños del mundo, puerco y llorón, a ratos gracioso y a veces terrible, y están dichas todas las travesuras, donaires y gracias de mi niñez.


En la Torre del Marqués de Villena, junto a Villarroel
Texto original de Elena Villarroel


Sus ojos me hablan, profundos y misteriosos,
¿Qué pueden albergar?,
Tal vez visiones proféticas, tratados de medicina, el ayer, el mañana...
Una Golondrina se posa en su cabeza, hierática, pero tan pensante a pesar de los años.
Bajo las escaleras junto a él y un almanaque bajo el brazo, mientras su silencio me dice que el miedo está cerca, pero que nada puedo temer.
La antigüedad atestigua que allí unas voces callaron, amaron y subieron los peldaños que llevan a ver una ciudad pequeña, con sonidos de campanas.



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