martes, 21 de junio de 2011

Paseo Literario (III): Miguel de Unamuno

Ensayista, novelista, poeta y dramaturgo, su gigantesca figura intelectual ocupa, junto a Ortega, el primer tercio del siglo XX español. Fue catedrático y rector de la Universidad de Salamanca, ciudad con la que siempre mantuvo una relación muy personal y de la que fue activo concejal progresista. Su obra entraña un debate existencial entre sentimiento y razón, entre el ansia de Dios y de inmortalidad frente a la razón que parece negar ese anhelo. En él, vida y obra se hallan indisolublemente asociadas.


[Fuente: Paseo Literario por Salamanca, Consorcio Salamanca 2002]


Fragmento de Por tierras de Portugal y España, seleccionado por Almudena Torres


Sí, amigo, sí, soy y he sido siempre un gran amante de la Naturaleza, en su carácter más verdadero y simple; prefiero cualquier bravío rincón de montaña a los jardines todos de Versalles, sin que esto quiera decir que no me gusten estos jardines. Sí, en tratándose de naturaleza me gusta toda, lo mismo la salvaje y suelta que la doméstica y enjaulada, aunque prefiero aquélla.

En cuanto dispongo de unos días de vacaciones –menos, ¡ay!, muchas veces de los que me harían falta- me echo al campo, a restregar mi vista en frescor de verdura y en aire libre mi pecho.

Para mí no hay paisaje feo. Al llegar acá a Castilla, cuyos campos representan no poca semejanza con lo que nos dicen ser la pampa, me hablaban todos de la tristeza y fealdad –confunden lo triste con lo feo- de esta campiña sin árboles ni arroyos, y me ponderaban la belleza del paisaje de mi tierra vasca. Y les sorprendía el oírme decir que prefiero este paisaje amplio, severo, grave; esta única nota, pero solemne y llena como la de un órgano, a aquella sonata de flauta de tres o cuatro notas verdes, de un verde agrio.

Estos pueblos terrosos, que parecen excrecencias del terreno o esculpidos en él, me dicen más que aquellas casitas blancas, con sus tejados rojos, que se ve han sido puestas por el hombre en aquellos vallecitos verdes. O la montaña bravía, la de los Pirineos o los Picos de Europa, o la llanura. Pero también me gusta recogerme en aquellos mis vallecitos vascos, que atraen y retienen como un nido.



Fragmento de Cómo se hace una novela, seleccionado por Mª Victoria Díaz Santiago


Héteme aquí ante estas blancas páginas -blancas como el negro porvenir: ¡terrible blancura!- buscando retener el tiempo que pasa, fijar el huidero hoy, eternizarme o inmortalizarme en fin, bien que eternidad e inmortalidad no sean una sola y misma cosa. Héteme aquí ante estas páginas blancas, mi porvenir, tratando de derramar mi vida a fin de continuar viviendo, de darme la vida, de arrancarme a la muerte de cada instante. Trato, a la vez, de consolarme de mi destierro, del destierro de mi eternidad, de este destierro al que quiero llamar mi des-cielo. [...] Y veo ponerse el sol, ahora a principios de junio, sobre la estribación del Jaizquibel, encima del fuerte de Guadalupe, donde estuvo preso el pobre general don Dámaso Berenguer, el de las incertidumbres. Y al pie del Jaizquibel me tienta a diario la ciudad de Fuenterrabía -oleografía en la tapa de España- con las ruinas cubiertas de yedra, del castillo del Emperador Carlos I, el hijo de la Loca de Castilla y del Hermoso de Borgoña, el primer Habsburgo de España, con quien nos entró -fue la Contra Reforma- la tragedia en que aún vivimos. ¡Pobre príncipe Don Juan, el ex-futuro Don Juan III, con quien se extinguió la posibilidad de una dinastía española, castiza de verdad!


El cuerpo canta, poema de Miguel de Unamuno seleccionado por Blanca González Prieto

El cuerpo canta;
la sangre aúlla;
la tierra charla;
la mar murmura;
el cielo calla
y el hombre escucha.

















Natividad Gómez Bautista, Sofía Montero, Pepita Sánchez Sousa, Soledad Sánchez Mulas, Almudena Torres y Benito González













Búsqueda

Texto original de Pepita Sánchez Sousa


Paseaba don Miguel a grandes zancadas por el patio dominico; sus manos en la espalda y su cabeza baja prendida en profunda meditación.
Alzó su mirada al Cielo preguntando: ¿Dónde te escondes, Señor, que te busco y no te encuentro?...
Volvió a su posición favorita de tenaz pensador, envolviéndose en su mundo de búsqueda afanosa.
Sintió los labios secos; una sed ardiente que le atrajo al pozo. Miró el agua y solo vio el cielo reflejado en ella.
Sus labios se movieron en una petición:
Dame de tu agua viva, Señor, para que yo entienda tu respuesta.


Sed de existencia

Texto original de Sofía Montero García


Racimo de versos con olor a eternidad
se hacen eco en nuestra historia.
Realidad, espejo de la mente,
dialoga en el recinto del tiempo.
Vestida con fragmentos cotidianos
miente silencios a la vida,
adivina la verdad irrepetible.
Como un tronco que dialoga entre las ramas
razona la existencia:
eterna en el sentir,
amante del dolor en nuestra mente
que sueña en las huellas del tiempo.


Soliloquio con don Miguel
Texto original de Natividad Gómez Bautista


Aquí me tiene, por primera vez frente a usted, envuelta en esa mirada suya tan fría que hipnotiza. Su frente altiva y despejada me hace pensar en la rectitud. En esa búsqueda de la verdad que siempre le acompañó y que tantas veces le hizo torcer las fauces hacía los que le llevaban la contraria. ¡Cuánto desconsuelo y cuánta soledad debió de acarrearle esa convicción suya! ¿O era más bien obsesión? Creer que “la vida es la verdad” puede traerle a uno muchas complicaciones, usted bien debe saberlo a estas alturas, pero creer que “la verdad es la vida” ya le digo yo que le vuelve a uno loco. Sobre todo en estos tiempos en que la verdad nos habla cada vez más de muerte, de injusticia, de egoísmos y entonces...
¿Dónde está el consuelo, don Miguel?
¿Dónde la fuerza para continuar?
¿No me dice nada, don Miguel? Usted, cuya fuerza eran las palabras ¿se ha quedado mudo?

Aquí estoy frente a usted, frente a esos ojos suyos que me escudriñan sin parpadear. Que me devuelven una mirada fría pero a la vez tan líquida que reblandece el bronce, lo deforma y lo dota de movimiento y de vida.

Su gesto duro se dulcifica. Las comisuras de sus labios finos y apretados se distienden y esbozan una casi imperceptible sonrisa. Y con un guiño cómplice por fin me habla:
Busca... Busca la verdad... Es lo único que puede salvarte.

Tonterías, una estatua no puede hablarte, me digo, y dando la espalda a don Miguel salgo de la sala pensando en la rica cerveza que me voy a tomar.


Pinceladas a Unamuno
Texto original de Blanca González Prieto


He visto a Don Miguel
de color verde,
con la esperanza abierta
y un reposado gesto
transmitiendo
un espíritu de sensaciones equilibradas.

He visto a Don Miguel de color azul,
en pleno recogimiento
buscando lo verdadero;
y en la vanidad de ser y estar,
sonriendo al álamo
a través de los espacios
de una existencia infinita.

Don Miguel…
que detrás de sus circulares lentes
tenía la mirada suspendida
sobre una lágrima de Andrómeda
antes de que Cetus
destruyera los bordes
donde se asentaba su tierra.

Se abre la mañana
rosa y femenina
a una ciudad de ensueño.
Con los dedos
despliega
una de sus pajaritas de papel
que ha sido desvertebrada por el aliento de la noche.
La escarcha geométricamente la divide
en un paisaje desolador de color gris
y, soberbia,
la mano de la muerte acecha.

Lanzas otra pajarita
recordando tu infancia...
después de dar unos giros en el aire
viene a caer sobre la mesa
donde reposan tus gastadas manos
de tantas letras derramadas
en compañía
de aquella lámpara que,
bien trazada la noche,
alargando su mano
cerraba tus ojos...

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