viernes, 21 de octubre de 2011

Vendimiario (I)

Aquí podéis leer algunos de los textos que se leyeron el 19 de octubre en el recital de SLC que tuvo lugar en la Sala de la Palabra del Teatro Liceo. En verso o en prosa, sobre los más variados temas... Fue una buena vendimia. Gracias a todos los autores por su participación. Esperamos repetir.


Los esponsales del Corsario, por Gloria S. de Castro Prieto


Aquella mañana quise ser secuestrada por un pirata. Pensaba en el Capitán Sparrow, claro, tan guapo, tan moreno, tan aventurero, tan loco.
Bajé a la playa buscando el barco que me llevara lejos. En el horizonte la mar azotaba un velero hundido en un temporal ocurrido hace casi treinta años. Me senté en la arena, estaba tibia, era cosquilloso dejar entrelazar los dedos entre ella, arrugándolos. Al cabo de unos minutos un barco arribó a la playa, a bordo un hombre de tez oscura me indicó que subiera, alguien me esperaba para almorzar. Y como una es una soñadora subí a esa nao de bandera negra, donde los marineros cantaban eso de “ron, ron, ron, la botella de ron”. El trayecto fue breve pero intenso, el oleaje estaba embravecido. El viento golpeaba mi rostro salpicándolo de sal, era emocionante aventurarse así simplemente para comer.
Una vez llegamos al lugar indicado en el mapa (olvidé mencionarles que se me había dado un mapa al salir del pueblo costero, en el que había señalizaciones de donde quedaba la playa, a qué hora llegaría el piloto de la barca y donde estaría el pirata con el que iba a encontrarme). Dicho esto continúo, al bajar del bote me dejé humedecer los pies con el agua cálida del Caribe. Frente a mí una hilera de palmeras vareaban unas contra otras, ahuyentando quizá los demonios del mar. Y bajo un toldo de tela raída de color crema una mesa de madera donde dos copas de vino blanco esperaban ser degustadas. Antes de sentarme a la mesa, me eché en una hamaca de cuerda, me dejé llevar por el lento balanceo. El lugar era un paraíso, arena blanca, agua cristalina, viento suave, y de menú, langosta con vino blanco. ¿Qué más podía pedir?
Sí, había algo que podía pedir, que llegara el pirata anfitrión porque ya tenía apetito.
A los tres minutos de mi arribada apareció un hombre con la tez morena del sol, barba de tres días, calvo… (lo sé, los piratas llevan el pelo largo y barba, y una pata de palo, sin embargo mi bucanero era especial), llevaba una camiseta blanca de tirantes y un pantalón vaquero, iba descalzo. Se acercó a mí con una corona de margaritas que me puso en la cabeza, y un puñado de conchas que dejó caer sobre mis manos. Una voz aguardentosa dijo: “yo os declaro marido y mujer”.
Tras esto comimos y bebimos e hicimos el amor sobre la arena, y al caer el sol, salimos a navegar de nuevo, escondiéndonos tras el sol.
Nosotros somos los que decidimos qué soñar, dónde viajar y a quién besar. No dejemos nunca de hacerlo.


***


La lluvia, por Miguel Norberto Sánchez López


La lluvia trabajadora
se cansó de trabajar.
El silencio huele a yerbas,
a barro y a libertad.

A la puerta de una choza
un hombre y un niño están
viendo cómo el riachuelo
ha inundado un herbazal.

Por la ancha cara del cielo,
acabada de enjuagar,
unas nubes despeinadas
se alejan por no llorar.

El sol halla en cada hojita
una gota de cristal,
y es cada gota un espejo
de su propia majestad.


***

Ternura incandescente, por Montserrat Villar González


Dibujo la geografía de tu cuerpo,
lunares confusos en la blancura de tu piel.
Tiempo compartido
agazapado mientras me esperas,
líquido y ternura
en la palma de tus caricias.
Te reconozco en este lado de mi vida
observándome con los ojos que se aclaran
bajo el sol de los veranos.
Me sondeas y te preguntas, me preguntas
dónde me encuentro,
y tu abrazo me recupera del abismo
que me convirtió en silencio
antes de tu llegada.
Me quieres, te quiero
a pesar del dolor que causa la vida cotidiana,
la confusión de algunos años de distancia.
Me agarro a ti como me asgo a la vida
que a través de tus ojos
he aprendido a mirar.
Dibujo la geografía de tu cuerpo
y mis manos empapadas en tu olor
recorren el leve espacio que nos separa
en busca de tu anhelado sudor.

***

Habla el silencio, por Sofía Montero García


Adorno las pisadas
con el perfil del tiempo.
Aires de sueño
juegan entre piedras
en la piel de la quietud.
Sola,
con la brisa,
respiro palabras,
quemo la distancia
para entrar en mi,
donde habita el silencio,
la llama del latir,
el paladar de la mirada,
espejos de nueva sensación.

***

Somalia, por Luis Gutiérrez Barrio


Un grito subía por su seca y polvorienta garganta, buscando con desesperación un hueco por donde salir, pero no lo encontró. Un sollozo se ahogó antes de ver la luz. Su boca estaba sellada.
Dirigió sus ojos de niño al infinito, en busca de una mirada de comprensión. A nadie encontró y aquella mirada se perdió para siempre.
La tristeza hizo nido en su corazón. Una lágrima intentó asomarse al exterior, pero se secó antes de sentir el frescor de la vida. Sus ojos, inútiles hasta para llorar, tan solo servían de pasto a los miles de moscas que se agolpaban en sus comisuras. Poco a poco se fueron cerrando hasta sumirse en la más espesa de las tinieblas.
Se quedó escuchando con la esperanza de percibir una voz maternal que le hiciera sentir, en sus últimos instantes, el cariño y la ternura que nunca tuvo. Tan solo le llegaban gritos de desolación, llantos de desesperanza y gemidos de dolor. Poco a poco, hasta los gemidos se fueron apagando, apagando…, hasta quedar en el más absoluto de los silencios, roto solamente por el negro aletear de un pájaro de grandes dimensiones que revoloteaba a su alrededor. Trató de gritar, de pedir socorro, necesitaba que alguien le escuchara, que alguien supiera que existía. Su sellada boca y su seca garganta no le permitieron emitir ni el más leve de los sonidos.
Lo único que percibía era un olor a olvido, a confusión, a indiferencia, a soledad y a muerte. Pero hasta los olores desaparecieron.
Dentro de su ser se mezclaban y pudrían la ira con la impotencia, la pena con la soledad, el hambre con la injusticia, la sed con el odio, la enfermedad con el abandono, la indiferencia con el olvido, creciendo a pasos agigantados sin encontrar el más mínimo resquicio por donde salir.
Un día, la desesperación llegó a tal límite que perdió todos los miedos, y explotó con tal violencia que un enorme cráter abrió sus infantiles entrañas esparciendo por todo el universo la miseria contenida. El mundo entero se resquebrajó, y un trueno recorrió la Tierra gritando: ¡¡TENGO HAMBRE!!

***

Doce versos a Santa Teresa, por Verónica Amat


Fuiste su cazador, o fuiste caza?
del ave confiada hasta tu fuente,
llego y bebió transida el agua pura.
En tus manos comió pan de tu hogaza,
y al vuelo renuncio gozosamente,
y atada se quedo a tu andadura.
Razón a su divino desvarío
la carne por si sola no comprende,
no sabe esta locura compartida.
Y tarda en aceptar el desafío,
del vuelo de su alma que la asciende,
para hacer del amor boda encendida.

***

Con lápices, plumas y pigmentos, por Carlos Blanco Sánchez

Ilustrar es para el artista pescar imágenes y colores
en las profundidades emocionales de su ser y sembrarlos
en un papel.
Con lápices, plumas y pigmentos para
devolverlos a los mares
internos de los lectores: océanos
que anidan en el corazón. Océanos que inundan
la mente y la añoranza.

L.H.

He visto a Horna "pescar"
en el inmenso mar
de un pliego en blanco;
colmar su nasa con flores,
con cometas,
con espadañas,
tío-vivos,
caracolas,
sirenas,
soles,
ranas,
con palomas ávidas de paz,
con cartas del Tarot
toros,
caballos,
y hasta con “Bárbara”, la mariposa,
y “Plácido”, el dragón.

He visto a Horna dotarlos de alma,
-ebrio de arco iris-,
vestir las princesas
con bordados
de filigrana charra
y al pasear por su jardín rebosante de flores
con sonrosada tez,
me he perdido entre aromas
que impregnaban
los lienzos de sus cuadros,
las páginas del libro.
¡Qué pocas,
siempre,
para tan idílico paseo!

Y degusté almíbares
trepando por los troncos
y las ramas de los árboles de Horna.
Desde sus copas
escruté mil horizontes
diferentes.
Emocionado,
sentí el viento,
las nubes alcancé
con mis manos infantiles,
vacilantes,
y las besé,
y hasta sentí su sabor azucarado,
tejidas con amor festivo,
algodonoso.

Con él pude aprender
que el Universo es infinito
sentado en los tejados de sus casas,
tomando las estrellas
una a una.
A la luz de sus pecosas lunas
avisté gatos que,
de verdad,
maullaban;
y peces volanderos
pululando
muy lejos del río azul
y de la mar.
¡Saltaban de las páginas del libro!
¡Y de aquella exposición en Garcigrande!
¡Y en muchas otras salas!

Le he visto engalanar a Salamanca
de tantos colorines que,
ni en sueños,
hubiera imaginado
y ella tan bonita
y picarona.

En deliciosas nubes cabalgué
y descubrí a Delibes por Sedano,
en plena primavera,
montado en bicicleta.
Al cárabo ulular entre los pinos.
Me adentré
“Por caminos azules”
y escuché
“Tambores de Paz”
en la distancia.
Conocí a Alberti,
con su camisa blanca
azotada por la brisa,
allá en El Puerto,
cuando gritaba:
“¡Aire, que me lleva el aire!”
y pude escuchar a Horna preguntarme:
"¿Quieres que te enseñe cómo se hace un pan"?
Acaricié “La piedra arde”
y de su luz
surgió mi primer libro de poemas.
Todo un sueño infinito
de un mundo de imposibles
que Luis de Horna hace emerger
y muestra entre cenefas,
aguardando
que mis ojos
lo contemple
y quede ensimismado.

A su vera
di la vuelta al mundo
en un instante.

El alma de este autor
emerge de su obra.
¡Qué suerte que la vi!
También la acaricié
y hasta guardo un pedacito,
aquí,
en mi mano.

***

No hay comentarios: